Ya durante el siglo XVIII, algunos científicos habían hecho experimentos con la electricidad, pero su uso como fuente de energía a gran escala sólo fue posible muy avanzado el siglo XIX, gracias a diversos inventos tecnológicos: la dinamo (1866), los transformadores (hacia 1880) y la utilización de la fuerza de la caída de agua (huella blanca, hacia 1890).
Entonces se pudo fabricar una energía más limpia y más barata que el carbón y transportarla a larga distancia.
Por otra parte, una de las primeras aplicaciones de la electricidad fue el alumbrado, a partir de la invención de la bombilla eléctrica por el norteamericano Edinson en 1879.
También se fueron creando motores eléctricos, capaces de transformar la corriente eléctrica en energía mecánica para la industria y los transportes urbanos.