Ante una fuente histórica, el historiador le pregunta:
- ¿Qué ocurrió? Identifica los hechos históricos. ¿Cómo sucedió? Realiza su descripción. ¿Dónde?, ¿cómo?, ¿por qué?. ¿qué consecuencias están presentes en él?
- El documento, ¿informa de grupos sociales o de personas?: ¿A quiénes se refiere?, ¿qué se dice de ellos?, ¿qué opinan, en su caso, las personas o grupos?
- ¿Se informa en el documento acerca de diversas actividades?: precisar si son políticas, sociales, económicas, culturales, religiosas, etc. ¿Qué referencias hay de ellas? ¿Se precisa por qué se realizan?
- ¿Informa el documento sobre instituciones?: ¿Cuáles?, ¿de qué tipo?, ¿qué función tienen?, ¿cómo están estructuradas?, ¿con quiénes se relacionan?
- ¿Aporta datos concretos?: ¿Cómo se clasifican?, ¿de qué tipo son?, ¿tienen relación con personas, hechos, actividades, otras instituciones, etc.?
- ¿Contiene opiniones significativas?: ¿de qué tipo?, ¿a qué o a quiénes hace referencia?, ¿qué actitudes reflejan?
- Y otras preguntas que pueden ser específicas en función del tema de estudio.
El trabajo del historiador sería mucho más fácil si pudiera entrevistar a los protagonistas de los hechos que quiere estudiar.
Qué simple sería para nosotros poder preguntar a Miguel Barreiro sobre la redacción de las Instrucciones del año XIII o sobre la personalidad y forma de ser de su tío, José G. Artigas. Pero no podemos hacerlo... lo que sí podemos es analizar sus escritos y documentos que lo mencionan.
Entonces, los historiadores interrogan los vestigios del pasado, los objetos, los documentos... les hacen preguntas, los interrogan, analizan... y sacan conclusiones, generan teorías que son propuestas a otros historiadores que pueden estar de acuerdo o no. Es que ante una misma fuente histórica puede haber varias miradas e interpretaciones distintas.